Allá arriba sólo con tus manos y el azul que sobrevuela tu cabeza sientes la libertad cuando el miedo, el empeño o simplemente el disfrute dejan hueco para mirar de soslayo el paisaje.
Las situaciones vividas se vuelven “pulgarcitas” el aire que acaricia la cara cual bufanda de terciopelo, se convierte en respiración propia.
Descansas en un buen reposo, dando gracias no sabes muy bien a quién por encontrarte allí. Te preocupa lo que rodea tus pies, tus cacharros mordiendo la piedra y el hilo que de tu cintura parte hacia el más allá que has dejado momentos antes.
Los problemas dejan paso a las emociones y éstas a su vez a la cordura.
Acido lisérgico vestido de arnés te separa de la realidad para crear un instante infinito donde descansar.
En el suelo, sin importar a la altura a la que estas se encuentran lo cotidiano, lo malo y lo bueno, el silencio y el ruido, las esperanzas y las decepciones. Observas tú realidad como si de un pequeño cómic sin superhéroe se tratase. Creas soluciones en las alturas que tal vez a ras de suelo no sirvan para nada, pero arriba cuando estas en tu pequeño momento de lucidez te parecen tan válidas que las podrías tocar, acariciar con la mano.
Es el vuelo de Ícaro, embriagado por la luz del sol.
La nota perfecta se consigue con una cuerda que no este ni demasiado tensa ni demasiado floja. Sólo en la medida justa.
Para afinar el alma tal vez se necesita toda una vida, o tal vez no, todo dependerá del músico incluso ayudándose por un diapasón.
1 comentario:
Sí señor, EL VUELO DEL ICARO, bonita vía en el Roque de las Animas.
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