Se anduvo apresurado con la idea de un tiempo determinado, cual confusión al ver lo que aún quedaba por recorrer. Paso seguro a zancada abierta con una tarde desprovista de frío, aprisionando en nuestras mochilas sólo el sabor de lo lejano y la calma justo al frente por donde el atardecer se escapaba cual nuestra marcha no podía detener.
Los tajinastes aparecían como bellos enanos, cuando nuestros ojos salían del empedrado; estatuas firmes protegiendo el recorrido que ya a oscuras no terminábamos de cumplir.
Tentamos la loma ya con el frontal marcado en la frente y al pie del “Palomar” desplegamos el toldo del fin. Saco de plumón para una noche de calor donde hasta las plumas huían del bochorno, noche para duermevela de algunos, para el desvelo de otras, desnivel por cama para mordernos las caderas ya tocadas con el peso del macuto. Las estrellas también estaban, pero acarreamos demasiado cansancio para acariciar su melodía y dejaron de ser astros para nuestros párpados cerrados.
Amaneció y contemplamos el bello paisaje que se imponía en el horizonte, mientras la mermelada de arándanos rompía con toda la tonalidad de los colores tierra que se desplegaban ante lo que abarcábamos. Estómago lleno y en algo se recompuso la energía, nos quedaba llegar a píe de vía, de nuevo volvíamos a colocar las cinchas a nuestros hombros, a penas había diferencia de peso, pero insistimos en llegar a su base y descubrir la pared que no sería escalada, demasiado calor y demasiado esfuerzo golpeaban algunas mentes y se desestimaba trepar sin ser disfrutado,... nos volvemos.
La sentí, descendió sigilosa por las sienes cuando el sol abrazó la piel tras curtirse con su luz, con cautela posé mi dedo para recogerla y la observé detenidamente y en un instante, pues no duró más, se deslizó por la yema de mi dedo y se perdió dejando su sabor salado que mi lengua transportó a mi cerebro para saber que aún sigo teniendo sed de más. En ese pequeño instante la vi clara y dejó entre el cansancio de lo andado, la tierna sensación de seguir adelante, con el ardor adicional al no divisar retama al que acogernos.
Los hallamos a medio camino y la alegría pareció disipar el agotamiento, botella de agua convertida en ducha para aminorar el sudor y despertar al caminante, y proseguir aún más acompañados con aquellos que dan su palabra y seguimos la pista que se pierde y vuelve a aparecer entre las lomas, ¡puf! aún queda, el regreso se hace angosto, mientras las llagas se deleitan por la planta de los pies haciendo su vaivén de líquidos.
Algunos apuran el paso, otros hasta corren en espera de que así la pista se acorte, pero no, no sirve de nada, parece que en la próxima curva ya encontremos la carretera y seguimos y seguimos con un sol abrazador por compañero indeseado, hasta que por fin se oyen los rum rum de los motores de otros coches y llegamos, y podemos descalzarnos y mojarnos y beber y volver a crear imágenes que se pierden cuando el cansancio se apodera del semblante, contar lo vivido, tener la Naturaleza, escuchar opiniones, estrategias de otros, “el vámonos pal’ bar”, los consejos.
Todo lo bueno que me calzo en estas salidas, valen la pena otras cuantas llagas.
Tortuga.
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