Hemos escuchado por ahí, en los mentideros de la escalada clásica la historia de un proyecto, como sentir el mar bajo los pies.
Según cuentan en tiempo pasado hubo una joven ansiosa por un proyecto, sentir el “patio” de las Ánimas.
Después de mucho sopesarlo y viendo la imposibilidad de reclutar a montañeros expertos, sólo pudo conformarse con una serie de individuos de extrañas características.
Miguelón, hombre de tierras norteñas de expresión fría y calculadora, El Sherpa, extraño e impenetrable, siempre buscando aproximaciones y descensos, practicante de extraños nudos y complejos pasos de babosa, Prúsik, mirada fría y largos cortos y por último La Tortuga, mujer cuerda como pocas, siempre pendiente del proyecto como si ella misma fuese su instigadora.
Con este elenco partió la joven hacia el Roque de Las Ánimas. Su objetivo “la normal”.
Ya en el primer largo comprobó que la empresa seria extenuante debido al gran recorrido que habría que realizar. Así que dispuso dos cordadas, una con dos escaladores iría delante abriendo y vigilando y la otra con los restantes subiría justo detrás.
Largo tras largo fueron ascendiendo este bello roque hasta alcanzar ¡el vivarrrrr! Allí repondrían fuerzas analizarían lo realizado y por supuesto atacarían la última parte de la vía.
Diario personal de Sara.
He llegado al vivac y el cansancio me absorbe como el agua que cae en una esponja seca. Miro a mi alrededor y no sé si he hecho bien escalando con esta extraña gente. Los tengo sentados a mi vera y siento que su locura me contagia por momentos. El sherpa mira y da indicaciones sobre lo que nos queda, intentando coger fuerzas de un paquete de pastillas de goma, no quiero pensar de donde las ha sacado. Al tiempo, recrimina a la primera de las cordadas no sé muy bien por qué, lo oigo hablar comentando ¡se tostó, se tostó! Miguelón lo escucha absorto dando todo tipo de explicaciones mientas que el Sr. Prúsik sin camisa tiene la mirada perdida en el infinito, da miedo. La tortuga el único integrante cabal según yo lo veo, comenta la casi pérdida de un mosquetón y de cómo tuvo que colgarse boca abajo como un chorizo para poder pillarlo.
Tenemos que partir querido diario, espero que éste no sea mi último apunte.
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