Prácticas de jardinería. Vía el Rosal. El Teide.

Algún amigo había insistido en esta línea ubicada allá arriba, en Guajara, nosotros ávidos de pared, no tuvimos otra opción que marchar hacia tierra de infieles, eso sí, llevamos con nosotros a un polizón de nombre Juan al que más tarde ficharíamos como grumete en un barco rumbo a cumbre. Entre medio, un mar de piedra.

 

Vía cómoda y resultona, su primer largo compacto y con “sorteo” de techo nos deja listos y confiados para los siguientes.

El segundo con travesía y fisura nos acerca más a la cumbre. Reuniones muy cómodas es lo que toca más tarde, además la pérdida por lo evidente del recorrido es poco probable, bueno dependiendo de cómo se presente la marea.

Nuestro polizón convertido a grumete aprende rápido incluso toma las riendas y asegura al que va de primero en el último largo, eso sí siempre vigilado por el capitán del navío, nunca se sabe donde aparecerán los rompientes. Así que atravesar rosal y para arriba, al final una pequeña zona descompuesta donde hay que tener cuidado.

Una vez en cumbre   toca  buscar donde montar reunión y como somos de naturaleza vaga pues, cruzando el camino y bien sentaditos en una piedra, un poco rara quedó, todo hay que decirlo pero a prueba de naufragios. Al rato aparece el resto de la tripulación donde nuestro grumete ya casi marinero nos sorprende con una sonrisa de oreja a oreja. Contento y con ganas de más, así que arriamos nuestras velas guardamos nuestros aparejos y volvimos andando hacia el muelle que unas horas antes nos había visto partir.

Por el camino dibujamos futuras travesías en este mar de piedra, donde la imaginación no tiene límite. Esperamos volver a navegar por este horizonte sin fin.

 

 

 

Con diez mosquetas por banda,
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino escala un velero bergantín;

bajel pirata que llaman,
por su bravura, el Temido,
en todo mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la roca gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;