Comienza el año y con ello los
nuevos objetivos, las ilusiones que se apresuran en rebotar entre las sienes,
promesas que apuntamos en papel para no dejarlas escapar, aunque algunas con el
pasar de las semanas se emborronen.
Propuestas que llegan de una
misma, de unos y de otros, algunos proyectos más “alocados”, de esos tipo
logística, mirando el peso, transporte, billetes, previendo material necesario,
mirando fechas, ¡mariposas en el ombligo!; otros más sencillos, mochila a los
hombros, pateito y a darlo todo.
Nueva temporada, con el
sacrificio que supone para algunos… familia, trabajo, estudios, tiempos y
carreras para sacarle al día horas, espacio donde desconectar. Nueva etapa para
retomar los planes que fueron inacabados, aquellos que aún remueven el interior
con bienestar e incluso con esa mezcla de rabia y poder que se acumula al recordar
aquella vía, aquel boulder, aquel paso.
Regresamos para avanzar por el basalto,
a visualizar, a crear, a danzar por el risco, a sentirse pequeños entre las
alturas con la inmensidad de paredes dispuestas a seducirnos. Volvemos a oler a
monte, a tierra, a escuchar ese tintineo tan agradable y sutil de los
cacharros, a entrenamientos, a
conocer a alguno más que se suma a la escalada, a frecuentar otros sectores, a
atrevernos con aquellas vías que mirábamos de soslayo, a probar aquella placa
de regleta pequeña, a aquella fisura donde doblar el brazo, aquel dinámico
donde no se despegan los pies.
Se abre la veda para la roca,
para jugar, para comer, pernoctar, disfrutar, compartir… VIVIR.
¡Ya estamos engolosinados!,
comienza el trayecto.
Tortuga.
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