En ese norte, donde el mar golpea sin piedad
la costa, se atisban líneas de disfrute singular, con la idiosincrasia habitual
de estos parajes.
El camino serpentea para salvar el desnivel y dejarnos a pie de
vía. Luego solo queda elegir según nuestro criterio y habilidad que líneas serán
nuestro campo de batalla particular, nuestro pequeño duelo con la roca. El mar
será testigo mudo de la lucha y seguramente nuestro asegurador cual escudero
velará por nosotros en la medida de sus posibilidades.
Un puñado de vías recorre el acantilado el cual al pie de un sinuoso
sendero recorre parte de la costa. Atrás queda alguna escalera de metal e
incluso una piscina vacía recuerdos imaginamos, de tiempos de mayor gloria o
simplemente de otra mentalidad para ver el mar y disfrutar de lo que nos pudo
dar.
Nosotros nos acercamos con intensiones honestas, sin ánimo de
abarcar lo que mucho se aprieta. Un par de líneas conseguimos subir, disfrutando
de las huellas que la erosión deja, además la belleza del lugar está garantizada
y el disfrute también.
Nos fuimos agradeciendo a quienes posible hicieron nuestro día
en el borde del acantilado.
Seguro que volveremos porque el lugar lo merece y siempre
quedan batallas pendientes.
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