Quedaron para mañana y el mañana se convirtió en el hoy como tantos otros días, amaneciendo espléndido y cargado de energía.
Los buenos días y los besos bailaban por sus rostros. El macuto y la cuerda pasaban a la berlingo casi gritando que querían estar ya a pie de vía.
La pregunta saltaba al descubierto:
- ¿cuáles se van a hacer hoy?
- Aquella, la de la media luna, que la tengo atravesada, luego a las de abajo.
El trayecto se hizo largo, no tanto por el minutero que avanzaba con su inquietante paseo, sino por el ansia y el impulso de verse trepar cuya sensación parecía ser acompañada por la música a golpe de tambor.
Pasaron el puente y se detuvieron; en el maletero sus fieles mochilas que se adaptaban a la espalda para emprender el camino y descender por el sendero hasta llegar al cauce del barranco. Las primeras vías quedaban relegadas a un segundo plano, después volverían a por ellas.
Su mirada se desplazaba de un lado al otro escudriñando las laderas, observando la estable roca, mientras el burbujeo en el estómago comenzaba a deleitarla con un sin fin de mariposas alborotando su vientre.
Colocaron el material junto a la sombra de las tabaibas y observaron cada chapa, cada regleta, cada agarre, aquellas presas que el basalto esconde como desafío frente al siguiente tramo con el que elevarse sinuosamente hacia las alturas.
El clinclineo de los mosquetones emergían con su especial melodía para señalar el comienzo del ritual. Estiraron los bajos y altos cuerpos, unos más que otros; un dedo tensa al otro, se alternan, los músculos se ponen en movimiento, alguien comenta alguna parida, risas a tres y el timbre de sus voces se desliza por la cuerda que ella aprieta con cada vuelta que da a su nudo para tenerlos cerquita y peinarlos cuidadosamente.
Vuelve a observar la vía y sus manos atrapan el magnesio cubriéndolas de blanco. Se mira las palmas, le gusta sentir ese polvo que cubre sus uñas y recorre sus dedos; ahora empieza su Sueño.
Los movimientos se producen buscando la posición correcta para alcanzar la primera chapa, un pie se pliega para llegar a una regleta, el otro tantea un bidedo donde meter “el gato”, el cuerpo se desplaza hacia la izquierda y la exprés queda colgando del anclaje. El compañero sede cuerda y ahora la “soga” se balancea ya agradecida por el mosquetón curvo que le regala una sonrisa lateral, ella también expira.
El mundo se evapora, sólo existe el siguiente paso, no hay recuerdos de la vida cotidiana que alteren la adrenalina de esos momentos, simplemente se apodera una tensión y un miedo que se van quedando colgados en cada presa, calladamente. Las expreses dibujan el rastro de aquella persona que se alza a cada metro buscando el tramo más cómodo, menos expuesto, forzándose por respirar pausadamente.
Al fin la recompensa se vierte ante sus manos, la reunión cuelga firme ante unos ojos risueños que gritan enmudecidos por haberlo conseguido y poder arrebatarle a la roca sus secretos. La confianza en el compañero sigue presente, la seguridad sigue vigente en la travesía vertical gracias a su manejo y destreza ¡la vida en sus manos!
De nuevo sus pies tocan tierra, unas manos felicitan y ese "feeling" entre compañeros vuelve a retomarse. La cuerda se desprende de los riesgos utópicos, ahora les toca a otros soñar junto a la roca y llevarse entre las sienes la superación.
¿Y mañana…? ¿A qué hora quedamos?
Tortuga
lunes, 27 de agosto de 2007
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1 comentario:
buen post, si señor. La insigne presidenta está de baja, al parecer su hombro no quiere escalar, así que ná a cuidarse
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