Subo, bajo, lo veo, no lo veo. No sé. Pilla, tengo que meditar la situación.
Vuelve a mirar, no le ve color, que se suele decir, así que su mirada se pierde hacia la izquierda, al parecer quiere intentarlo, aunque desde la reunión su cordada no lo tiene tan claro, no obstante no dice nada, tal vez él no lo ve todo y por esa izquierda salvadora se puede perder el miedo a base de progresar con algún seguro decente que evite la tormenta desenfrenada de bloques que bajo sus pies la esperan ansiosos para cobrarse el tributo que la montaña cobra cuando el viento no sopla a tu favor.
Un paso largo una protección flotante, más flotante que nunca y un gran bloque, “una lavadora” que le suelen decir en esa jerga que a veces separa su mundo dialéctico del resto de los mortales, es lo que espera ansioso la llegada de esta hacedora de paredes.
Solo con colocar la mano encima, acariciarlo suavemente, se da cuenta que pende de un hilo, de esas extrañas leyes de la física por las cuales aún no ha caído y seguramente seguirá allí pese a las inclemencias del tiempo, altivo y desafiante.
Lo desconocido la atenaza y después de sopesarlo hay que volver de nuevo hacia la derecha, otro intento más. Será recta o no será.
Otra vez en la posición de ataque se afana en colocar micro seguros para poder avanzar unos centímetros más.
Desde abajo en el pie de la reunión, la visión es otra, no tan halagüeña, no quiere interferir hasta el último momento dando una opinión que quizás sea errónea por muchas causas, algunas dentro de la propia persona.
Y la derecha, ¿Cómo se ve?
Pero la derecha no es aquella línea que se dibujó desde el suelo buscando la belleza, la aventura y el fallo de la roca, por donde poder ganarle la partida, esa que a veces te toca con muy malas cartas y donde en otras tienes la mano ganada de antemano o engañas a tu contrincante y vas de farol.
Sera recta o no será. Pero hoy no.
Así que la falta de material hace que la vuelta a la reunión salvadora sea por lo pronto la solución más viable, aunque entraña su riesgo, pues hay que ir descociendo los seguros ya instalados, destrepando con tiento porque la tormenta de bloques no ha amainado, sigue ahí esperando un fallo.
La decepción momentánea se lee en su rostro, esa que dura un instante porque sabe que la montaña es generosa y magnánima. Sólo apta para mentes que saben retirarse, saben volver, valorar, sopesar, arriesgarse a veces, e incluso controlar sus miedos. Pese a todo siempre hay un punto de desconcierto, por el no saber qué va a pasar. Incertidumbre que engancha como el aire, en los pulmones.
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