domingo, 7 de febrero de 2016

A la tercera va la vencida, dicen, o tal vez la quinta.

En ese norte, donde el mar golpea sin piedad la costa, se atisban líneas de disfrute singular, con la idiosincrasia habitual de estos parajes.





El camino serpentea para salvar el desnivel y dejarnos a pie de vía. Luego solo queda elegir según nuestro criterio y habilidad que líneas serán nuestro campo de batalla particular, nuestro pequeño duelo con la roca. El mar será testigo mudo de la lucha y seguramente nuestro asegurador cual escudero velará por nosotros en la medida de sus posibilidades.
 
Un puñado de vías recorre el acantilado el cual al pie de un sinuoso sendero recorre parte de la costa. Atrás queda alguna escalera de metal e incluso una piscina vacía recuerdos imaginamos, de tiempos de mayor gloria o simplemente de otra mentalidad para ver el mar y disfrutar de lo que nos pudo dar.

Nosotros nos acercamos con intensiones honestas, sin ánimo de abarcar lo que mucho se aprieta. Un par de líneas conseguimos subir, disfrutando de las huellas que la erosión deja, además la belleza del lugar está garantizada y el disfrute también.


Nos fuimos agradeciendo a quienes posible hicieron nuestro día en el borde del acantilado.





Seguro que volveremos porque el lugar lo merece y siempre quedan batallas pendientes.

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