Una de esas cosas que hay que hacer es ir descubriendo las pequeñas joyas que la isla te ofrece. Son muchos los roques desde cuyas vistas admirar la inmensidad de un océano o la elegancia de unas montañas que en esta época están cuajadas de vegetación fundiéndose con el azul del cielo. El Roque de Taborno es una de esas joyas y en estos días de carnaval hacia allí encaminamos nuestros pasos.
Después de un entretenido y corto paseo llegamos a la base y claro zigzagueando llegamos a los pasitos de ¡cuidado aquí!
Superado esto, ya se puede admirar desde una perspectiva nueva, distinta, sobrecogedora todo lo que a su cumbre rodea. Bancales, saltos, barrancos, e incluso si el cielo está despejado el Teide al fondo.
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Excursión recomendable con las debidas precauciones.
Como estos días dan para mucho, incluso para aquellos que las lesiones no dejan hacer todo lo que quisieran Las Barbas de San Pedro, fue otra parada obligatoria. Ver alguna nueva línea, revisar las ya existentes y probar alguna que todavía no había sido estrenada. 
La pared de enfrente, la del sol, va cogiendo forma con líneas bastante bonitas. Autoprotección canaria, con fisuras que aparecen y desaparecen para dar respiro a aquellos que las intentan subir. Rocas para tantear en algunos casos con la mano, porque siempre es mejor no fiarse a ciegas, que esto es Tenerife y el territorio de lo compacto a veces desaparece.
Este barranco amén de algún susto, da satisfacciones, pero solo aquellos que se alejan del bullicio de las vías a pie de coche. Aunque el entorno bien lo vale.
Pañuelos no encontrarás, si acaso banderas blancas de rendición ante una grado que no es que haya vencido sino solo ha ganado una batalla, nunca la guerra.
Siempre hay tiempo para volver a reagruparse y armarse con cacharrería, disparando bloqueos, cerrojos y posiciones imposibles e incluso alguna vez esquivando caídas para volver a remontar.
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